En el proceso de racionalización creciente de la vida, la sociología, las ciencias sociales, en general, pretenden racionalizar la misma vida social. La experiencia acumulada en los dos últimos siglos nos muestra el difícil camino del progreso y sus discontinuidades. Cabría pensar, sin embargo, en un progreso a largo plazo en la acumulación de conocimientos, sin descartar cortos períodos regresivos. Esto supone mantener un cierto optimismo muy diferente de la fe absoluta en la razón como medio para ordenar el mundo, tan característico de los filósofos ilustrados y del mismo inicio de nuestra disciplina.

El ámbito de la razón es un buen ambiente para el desarrollo técnico y, tomado con cautela, para el social y humano. Sería ilusorio prescindir de las facetas afectivas e incluso irracionales de la conducta de los hombres, es más hay que estudiarlas, con la esperanza de reducirlas a sus justos términos, a sus límites y al conocimiento de su fuerza. Pero sólo en el entorno de la racionalidad puede haber acumulación y comunicación de conocimientos, y por tanto avance.

Las ciencias sociales han potenciado la libertad humana y sus posibilidades de actuación mediante la extensión del conocimiento de la realidad social. Las explicaciones tenebrosas sobre la sociedad y su origen, los esquemas míticos e imaginativos, no significan ampliación del conocimiento y por tanto de la libertad humana, podríamos pensar en que más bien la reducen al apartarla de la realidad. La razón humilde, que conoce sus límites, es el instrumento de trabajo, como lo ha sido desde hace siglos en el campo de la Filosofía, de la Teología o del Derecho.

El conocimiento de los límites de la actuación humana es el primer paso de la libertad. Conocer la influencia concreta sobre el hombre del ambiente físico, y del social que le rodea y del que forma parte, es condición indispensable del progreso humano, al que no podemos dejar de aspirar. Un viejo profesor solía repetirnos que el que menos sabe es el que no sabe que no sabe. Por nuestra parte, debemos hacer un esfuerzo para conocer las limitaciones que la vida social acarrea para la conducta humana, sin perder de vista que es, en buena parte, una construcción nuestra que nos permite potenciar nuestras propias realizaciones.

En su apuesta por la razón la Sociología es especialmente consciente de las dificultades que entrañan las explicaciones o intentos de comprensión de la realidad social y de sus diferentes facetas. El sujeto pensante en su actividad no es neutro, por más que intente serlo, está influido por sus intereses personales y por los de los diferentes grupos en los que está inmerso, por consiguiente el conocimiento disponible no siempre será objetivo. La carga innoble que tiene que soportar como hombre debe llevarle al sociólogo a intentar valorar más la racionalidad, nunca a desistir en la lucha por acercarse al objetivo vital de búsqueda de la verdad. Procurará apartarse cuidadosamente, en las tareas intelectuales, de las propias pasiones e ideologías, dándose cuenta de la dificultad ‑por no decir imposibilidad‑ de alcanzar la meta y de la importancia de la lucha.

Mi apuesta personal por la racionalización ha ido concretándose en la última década en mi actividad docente, desarrollada en las Universidades de Oviedo y Complutense de Madrid, y también en otros centros europeos y americanos. Los temas que propongo en este libro han sido explicados y debatidos en clases de Sociología con unos cuantos miles de estudiantes, es más, fueron escritos para fomentar el debate intelectual. La elección de los temas no ha sido metódica, sino que más bien ha ido impulsada por necesidades didácticas, el interés personal o la ausencia de información adecuada disponible. Varios de los capítulos adquirieron su primera forma en conferencias dadas en distintos sitios, en apuntes de clase y en artículos publicados en revistas de la especialidad.

         El primero de los capítulos intenta tener un cierto carácter introductorio para personas ajenas a las ciencias sociales. Es un breve compendio de teoría sociológica, en el que se pretende explicar cómo y por qué aparece la Sociología como ciencia en el siglo XIX, el ambiente intelectual e ideológico del comienzo de esta disciplina, en una revisión histórica, y el objeto de estudio en que se va centrando, con las consiguientes peculiaridades metodológicas que conlleva tal decantación.

         En los tres siguientes capítulos se repasan algunos conceptos básicos en la Sociología: la persona, el grupo y la sociedad, la cultura y el mundo de las normas sociales. Estos conceptos centrales nos introducen a otros entrelazados como el de grupo o el de ideología, con tradición en las ciencias sociales. El esquema clasificatorio y taxonómico seguido intenta servir de práctica conceptual a los alumnos, para darles una soltura en el manejo del lenguaje sociológico y facilitar el estudio de los procesos e instituciones que constituyen la estructura social y explican su cambio.

         Los capítulos quinto y sexto constituyen la parte nuclear del libro y se centran en las relaciones entre el hombre y la sociedad, distinguiendo los dos procesos generales de la dialéctica social: la socialización y la objetivación social. Por una parte nos acercamos intelectualmente a la consideración del hombre como hijo de la sociedad en que vive, y por otra en la visión de la sociedad como construcción objetivada de los hombres. La consideración de los dos procesos parece importante para intentar ayudar a poner en su justo término la comprensión de las limitaciones de la actividad humana y la responsabilidad de los hombres como sujetos de la acción social.

         Finalmente, hay tres capítulos dedicados al estudio de la estructura social. El primero de ellos analiza el significado mismo  del concepto «estructura social», planteando su interés y los límites que acarrea. Se propone un esquema para el estudio empírico de la estructura en los puntos referidos a los procesos e instituciones fundamentales entre los que está la población y el bienestar social, objeto de los dos últimos capítulos. En el capítulo octavo que lleva por título «Población y demografía» hay una explicación teórica de los problemas de la población, seguido de un análisis de la evolución demográfica mundial y de la española. Finalmente, el último capítulo, dedicado a los problemas sociales y la política social, se queda en un planteamiento teórico para ayudar a situarse ante la forma de abordar el estudio de los problemas sociales. Estos tres capítulos formaban parte de un proyecto de estudio acerca de la estructura social de España, que pretende abarcar otros procesos e instituciones como la familia, la estratificación social, la religión, etc., de los que sólo he escrito retazos; el proceso sigue abierto aunque ralentizado.

Siempre, y más en un libro que pretende ser de texto, ayuda en las tareas didácticas, la búsqueda de esquemas sencillos, hace al autor deudor de otros muchos estudiosos. Las numerosas referencias en cada uno de los capítulos manifiestan las ayudas recibidas, y deseo explícitamente mostrar mi agradecimiento.

En todos los capítulos he recibido colaboraciones y comentarios muy concretos, en muchos casos después de leer detenidamente una primera redacción y devolverla con abundantes anotaciones marginales y sugerencias críticas, o marcando desacuerdos en otros mediante comentarios globales al plantearles el tema. Deseo hacer constar mi agradecimiento explícito por su ayuda  a los siguientes profesores que cito en el orden que recuerdo de aparición en escena: los profesores del Departamento de Sociología de la Universidad de Oviedo (Oscar Iturrioz, Rodolfo Gutiérrez, José Mª García, Jesús de Miguel y Ramón Nemesio); Pierpaolo Donati de la Universidad de Bolonia, José Antonio Ibáñez-Martín de la Universidad Complutense, Peter Berger de Boston University, Joe Pérez Adán de la Universidad de Valencia; José Luis Dader y Eduvigis Sánchez de la Universidad Complutense y, finalmente, Leonor Gómez Cabranes de la Universidad de Extremadura.

También los alumnos para los que he escrito, fundamentalmente, este libro, han sido una fuente continua de inspiración y han dado lugar con sus comentarios, preguntas y sugerencias a muchas de las ideas expuestas. Especialmente deseo resaltar la colaboración de Yolanda y Jesús, que mecanografiaron la versión inicial de los «Apuntes de Sociología», antecedentes de este pequeño manual. También Angele Kasho ha ayudado generosamente en la revisión última del texto. Entre todos han hecho posible esta tarea.

Una vez mostrado mi agradecimiento por las numerosas ayudas recibidas en la redacción de estas páginas, no puedo dejar de responsabilizarme del resultado final, con la esperanza de que sea útil a los que intenten racionalizar la vida social.

                                                                                    Madrid, 30 de noviembre de 1991